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El valor de los valores. Un principio de devaluación

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Recibimos y publicamos. Opinión del legislador departamental de Florida, Ignacio Costa Dodera

 

Ignacio Costa Dodera

Opinión del legislador departamental de Florida, Ignacio Costa Dodera:

“En la cotidiana dicotomía planteada entre buscar la integridad personal o simplemente pregonarla en los demás, la mayoría de nosotros debería definir lo que este concepto, a veces tan abstracto, significa en realidad. La integridad no es más ni menos que actuar acorde a lo que creemos, a lo que pensamos, a los valores que promovemos; no es más ni menos que plasmar en nuestro accionar diario lo que realmente somos, con la complejidad que esto implique.

Muchas personas, ante la imposibilidad de ver en sí mismos lo que desean ver en los demás, es decir, ante su fracaso en la persecución de la tan mentada integridad, escudan su ineptitud para lograr sus objetivos tras la “lucha por sus derechos”, como si el respeto de los mismos fuera a suplir la carencia de principios innatos, y, en casos extremos, esta búsqueda desesperada de certificación social de lo que se es logra lo inaceptable, lo intolerable, transgredir la necesaria barrera que marca el límite entre los derechos propios y los del prójimo.

Estamos viviendo una época en la cual parece que algunos pueden hablar, opinar, expresarse y pensar libremente, y otros simplemente no.

Vivimos un tiempo en el cual decirle “corrupto” a un jerarca, que maneja parte del erario público, no es delito (según el último fallo de la Justicia en Florida), pero cometer el error de decir textualmente “trolos asquerosos” suena como lo peor del mundo y es motivo suficiente de flagrantes violaciones hacia quien cometió el error. Los dos hechos deberían ser juzgados con la misma vara, pero para eso es necesaria la capacidad social que sólo puede ser producto de la autocrítica. No hay razón en condenar en otro lo que se maneja con tanta liviandad a nivel individual, no hay motivos para hacer de eso una cuestión pública cuando en el ámbito privado no se es coherente con lo que se expresa a viva voz.

Vivimos un tiempo en el cual la tolerancia se está convirtiendo paulatinamente en un mero y feliz recuerdo; un tiempo en el cual pensar diferente es motivo para que algunos escarchen a otros sometiéndolos al escarnio público, generando más odio del que dicen fue generado, ensuciando, difamando, injuriando, calumniando, dañando el honor y hasta amenazando mientras exigen que todo eso no lo haga el acusado. En resumen, desafiar los derechos de una persona es correcto, siempre y cuando la mayoría así lo considere, siempre y cuando sea lo más políticamente adecuado. Ser sometido públicamente a un sinfín de barbaridades que lesionan permanente e irreversiblemente la integridad de quien se encuentra en el ojo de la tormenta está bien, es aceptado y celebrado. El permiso para hacerlo radica en la equivocación original, esa que da carta libre a quien lo desee para llevar a cabo lo que, bajo otras condiciones, cree tan repudiable.

Vivimos un tiempo dónde nos jactamos de ser acérrimos defensores de los DDHH, pero legalizamos el asesinato de un ser concebido hasta la doceava semana de gestación y, con ello, el derecho más humano de todos los derechos, el derecho a la vida; sentenciando incluso que los concebidos que tienen el síndrome de Down no merecen vivir.

Vivimos un tiempo en el que nuestro Presidente confunde lo popular con lo populista, el lenguaje mal utilizado con la ordinariez e intenta nivelar hacia abajo mientras utiliza sistemáticamente la mentira descarada como una herramienta de gobierno.

Vivimos un tiempo en el cual la hipocresía reina. Donde la palabra ya no tiene valor alguno; quizás sí para sentirse “agraviados”, pero no para recibir una disculpa. Vivimos en un mundo donde toda opinión debe atravesar el filtro de una red social y donde cada juicio de valor se mide en caracteres, donde la realidad debe adaptarse a los medios y no los medios a la realidad.

No hay por qué aceptar la realidad de otros, se debe convivir con ella; no hay por qué pensar igual que otros, debe existir respeto, no hay por qué aceptar que se burlen de lo que muchos consideramos “valores perdidos”, ¿por qué? ¿Por qué tener que permitirle a unos lo que a otros se les prohíbe? Me queda la duda.



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